jueves, 25 de noviembre de 2010

La niña que sufre de amor - Capítulo VIII

Luego de aquella experiencia surreal, la niña se decide a buscar al culpable de sus emociones y sensaciones, aquel que la hizo sentir más mujer que ningún otro hombre, pues había una conversación pendiente. Varios días después coincidieron y la conversación era inevitable. Ella se sentía muy nerviosa y él estaba dispuesto a luchar por ella. Al principio, parecía que nacía una nueva relación, algo bonito entre dos personas que se quieren y mucho; no había que decir nada, sus miradas lo decían todo y no había morbo, solo existía pureza en sus miradas, ese miedo inicial de algo nuevo y amor correspondido.

La conversación tenía que darse y se dio pero la relación aún no empezaba formalmente, debido a un miedo cálido y a un temor mutuo por comenzar algo tan hermoso. Ella tenía miedo que no lo llegue a amar, el tenía miedo de no hacerla feliz del todo y como ella se lo merecía. Este nuevo episodio debería empezar de la mejor manera y para ello no se deberían apresurar las cosas. Ella deseaba besarlo y abrazarlo pero por el momento ese sentimiento debería esperar, ese momento único debería esperar un poco más, para que la realidad sea de lo mejor. En ocasiones, a ella le volvían los temores, miedos de que pueda o no pasar con esta nueva posible relación, pero ese miedo tenía que dejarlo porque su felicidad estaba en juego, sus lagrimas se tenían que cambiar por sonrisas, sus malos recuerdos o momentos tenían que cambiarse en momentos inolvidables y el sufrimiento debía perderse y quedarse en amor mutuo correspondido y con respeto.

En ese día, luego de conversar se sentían más unidos, más amigos pero aún no como pareja. Al terminarse el día, habían pasado el mejor día juntos y justo antes que se despidan, caminando sus manos se cruzaron y caminaron por la orilla del mar, cruzando una mirada ansiosa de un beso puro y cálido que tuviera que esperar al momento, lugar e instante correcto para desatar el amor que sentían el uno por el otro.